—Es
difícil no quemarse de vez en cuando al fumar ¿Verdad? —preguntó mientras se hacía
consciente de la navaja que se apoyaba amenazante contra su espalda, justo
encima del riñón derecho.
—Viejo
esto es en serio —dijo el ladrón, aún de rostro desconocido, a su oído
izquierdo.
—Todos
tenemos días malos ¿Verdad? —rió insatisfecho, pero sin miedo.
—Si,
hoy te tocó a vos guevón. Ahora dame el dinero que tengas encima —increpó el
ladrón y acentuó sus palabras empujando la navaja contra el cuerpo de su
victima.
—Ese
es el problema viejo, acabo de gastar lo último que tenía en una cajetilla de
cigarrillos, no tengo un peso encima —esta vez le pareció prudente no reír,
pero sentía cada vez mayor curiosidad por su aparente falta de miedo.
—No
me jodas maricón, bájate ya de lo que tengas encima perro, o te chuzo.
—Viejo,
es la verdad, no tengo nada. Todos tenemos días malos y hoy sólo tengo sangre
para ofrecer. Si le sirve, chúceme —lento, sintió disminuir la presión de la
navaja contra su espalda. La mano que lo retenía por el cuello cayó a un lado y
pudo respirar mejor. Lentamente giró sobre sus pies y pudo ver el rostro de su
atacante. Un niño, no más de dieciséis años, con un rostro indefinible entre la
excitación, el miedo y el desconcierto.
—¿Seguro
no tienes nada guevón? —la navaja fulguró amenazante bajo la luz amarillenta de
un poste de alumbrado cercano.
—Tengo
cigarrillos —respondió, inconsciente llevó su mano hasta el bolsillo de la
camisa y sacó los cigarrillos, con la misma mano abrió la cajetilla y ofreció
al chico malencarado un cigarro.
—¡Quédate
quieto perro! —sobresaltado el niño dio un paso atrás y levantó la navaja.
—Tranquilo
viejo, no pasa nada ¿Quiere un cigarrillo? —el niño lo miró desconcertado—. Relájese,
sólo es eso, yo no voy a hacer nada y los dos necesitamos fumar.
—¡Mucho
ojo! —dijo el ladronzuelo que tímidamente tomó un cigarrillo y lo llevó a la
boca.
—No
pasa nada —dijo él mientras sacaba el encendedor de un bolsillo del pantalón—. ¿Cuándo
has tenido un cliente tan calmado como yo? —llevó el encendedor cerca del
rostro del niño y delicadamente prendió su cigarro. Confiado de tener ahora el
control de la situación, rápidamente sacó un cigarro para sí mismo, lo encendió
e inhaló.
—Que
maricada —susurró el niño ladrón—. Y yo que creí que sólo tendría que hacer
esto una sola vez esta noche.
—A
veces no conseguimos lo que deseamos —aspiró nuevamente y exhaló, el humo
pareció quedarse estático entre él y su atacante, los rasgos del niño se
diluyeron, aquel le pareció ahora el rostro de un fantasma—. Yo llevaba 5 años
sin fumar y ahora por culpa de una mujer inhalo humo como si fuera oxígeno.
—¿Por
una vieja? Qué razón más pendeja para fumar —el niño sonrió y apuró una
profunda bocana de nicotina.
—La
verdad no veo mejor razón para hacerlo, en fin —quedó en silencio. El
desconcierto al recordar el rostro de aquella mujer, de quien sólo obtuvo algunos
besos y mucha desazón se dibujó en su rostro, dio un par de pasos y se sentó en
unas escalas cercanas.
—Bueno,
no hay mejor razón ¿Y qué fue lo que pasó? —preguntó el ladronzuelo con genuina
curiosidad. Movido por la inercia de su fallida presa se sentó a su lado,
contempló su cigarrillo, se acercaba peligrosamente al filtro.
—No
lo sé, algunas cosas se me escapan. Creo que como a vos me falló el instinto,
juzgué mal, creí ver en ella a la indicada, que sólo tendría que hacerlo una
vez más ¿Me entiendes, lo de conquistar? Creí que era especial, me esforcé, me
abrí ¿Me entiendes? Pero ella resultó ser menos de lo que esperaba. En fin.
—¿Entiendo?
Claro viejo, entiendo. A todos nos ha pasado creo yo —en ese momento la navaja
pasó de su mano a un bolsillo, jugó un poco con el cigarrillo entre sus dedos,
ambos meditaron en silencio. Inhalo por última vez el cigarro que le diera un
extraño, lo arrojo al suelo y lo pisoteó—. ¿Se fuma más rápido cuando uno está
acelerado, no?
—Sí,
es la ansiedad. Yo fumó cuando la recuerdo, inhalo para tragarme lo que pasó y la
exhalo a ella, escupo el humo que dejó. Me imagino que es una catarsis —en ese
punto acabó su cigarrillo y lo arrojo tan lejos como pudo. El rescoldo en la
punta del filtro brilló en la oscuridad y estalló al golpear el suelo. Sacó de
nuevo la cajetilla, la abrió, sólo quedaban dos cigarros.
—Que
tipo tan gracioso —el ladrón rió y su rostro perdió todo aspecto amenazante,
ahora sólo era un niño precoz.
—Sólo
quedan dos cigarrillos —extendió la cajetilla ofreciendo uno al chico, seguía
pensando en ella.
—¿El
último cigarrillo y nos vamos? —preguntó el muchacho mientras sacaba su parte
del botín.
—Vale.
Sentados
en silencio fumaron despacio bajo la luz de un poste de alumbrado eléctrico,
aislados del mundo por una cortina de humo contemplaron la calle solitaria.
-Altais-
A veces, los que deberían ser verdugos son sinceros compañeros. En ocasiones, las víctimas se convierten en salvadores.
ResponderBorrarUn poco sobre las vueltas que da la vida. Yo ya tengo mareo.
Muy bueno. Besos
Touché. Dan ganas de parar el mundo y bajarse de el.
ResponderBorrarEstá chevere. Hace rato no publicabas historias cortas y a vos te quedan muy buenas.
ResponderBorrarGracias, tengo un montón de trabajo acumulado que espero publicar.
ResponderBorrarViejo, estoy engomado con el dibujo y me parece que me podés asesorar un poco sobre las herramientas a utilizar.
ResponderBorrarPor favor, mandame un correito con el listado de instrumentos tuyos, y los lugares donde los has conseguido.
Muchas gracias.
neronnavarrete@gmail.com
Con mucho gusto viejo.
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