viernes, 12 de marzo de 2010

Nada que temer

#90


El estruendo de la puerta rompiéndose en pedazos lo despertó. Eran más de las dos de la mañana y en medio de la oscuridad oyó caer las astillas, tras ellas escuchó el estrépito de muchos pasos entrando a su hogar. Asustado, se sentó en la cama de manera instintiva, algo raro estaba sucediendo y deseaba saber que era.


Un escalofrío recorrió su espalda de abajo a arriba al sentir unas manos rodeándolo, era su madre, lo supo por su aroma.


—¡No se vaya a mover! —le dijo ella. Y en su voz notó el inconfundible estremecimiento del miedo. El sonido de algunos pasos se hizo lejano, mientras otros se acercaban entre sombras a su cuarto.


—¿Dónde está Libardo? —Gritó con fuerza un hombre, había rabia en su voz. Su madre lo apretó contra su pecho, mientras él buscaba en la negrura una señal para entender lo que sucedía.


—¡Estamos buscando a Libardo! —Gritó una segunda voz masculina, ésta se hallaba lejana, en el primer piso de la casa. Al no entender lo que pasaba él se aferró al cuerpo de su madre. De repente sintió que alguien entró a su cuarto, fue entonces cuando vio la primera arma de fuego en su vida, a diez centímetros de su rostro, apuntándole, la única imagen clara en aquella oscuridad.


—¡Este no es! —Gritó la voz tras el arma frente a él. Claro que él no era, sólo tenía 10 años de edad, aún no era culpable de nada.


—¡Aquí estoy! —Era Libardo quien hablaba, su tío—. ¡No le hagan nada a mí familia, aquí estoy! —Gritó, hubo silencio por unos segundos y de repente: ¡Pum!, ¡Pum!, ¡Pum!, ¡Pum!, ¡Pum!, cinco disparos. El arma frente a él desapareció tragada por la oscuridad, oyó pasos alejándose a un ritmo frenético y al final, el grito desgarrador de su abuela.


—¡Ay Dios mío, no puede ser! —Dijo su madre mientras lo dejaba en la cama, encendía la luz y corría hacia las escaleras que llevaban al primer piso. Él se levantó, encandilado por el súbito paso de la oscuridad a la luz, se acercó al umbral de la puerta de su cuarto y desde allí vio a su madre contemplando el primer piso.


—Lo mataron —dijo su madre. Él la vio caer sobre sus rodillas y romper en llanto.


Ya es de mañana. Y no recuerda haber visto el cadáver de su tío, no recuerda si durmió la noche anterior, le faltan algunas horas de memoria. El siguiente recuerdo que tiene, luego de ver a su madre llorando, es estar allí, parado en el balcón de su casa. Aferrado a la baranda metálica observa el lado norte del barrio el Guayabo, donde vive. Contempla, mientras respira el aire frío de la mañana, los primeros humos del tejar que se alza al otro lado del pequeño valle.


Dio la vuelta, dejó el balcón, entró en la casa, cruzó el segundo piso y bajó al primero. Buscó la puerta de la entrada principal, completamente destrozada apenas se sostenía por un gozne rebelde; allí se encontraba su abuelo, acompañado por dos policías quienes le tomaban declaración. Nunca había visto tan alterado a su abuelo, ni siquiera cuando le daño sus herramientas por estar jugando al constructor. Nunca, hasta éste día, le había escuchado decir groserías.


—Esos hijos de puta tumbaron la puerta pa´entrar —le oyó decir, mientras señalaba con la mano temblorosa los despojos de la puerta.


Desde su altura infantil, él no podía dejar de contemplar los ojos de su abuelo, rojos, más por la impotencia que por la vigilia o el llanto. Al igual que los policías siguió con atención las señas de su abuelo, quien reconstruía con fidelidad los movimientos que él y los asesinos hicieron.


—Escuché el ruido de la puerta y me levanté para ver que había sucedido —el abuelo, ahora envejecido, se puso bajo el marco de la puerta de su cuarto y miró la entrada—. Antes de que pudiera reaccionar ya tenía un tipo encima apuntándome, otro hijo de puta entro al cuarto y levantó a mi mujer —la abuela— a golpes, otros dos se siguieron pa´l cuarto de los muchachos. —Señaló en esa dirección mientras caminaba por el corredor, se detuvo en la puerta del cuarto donde Libardo dormía junto con su hermano; quien aquella noche, por fortuna quizá, se había quedado en la casa de su novia.


—Ellos gritaban que buscaban a Libardo —dijo su abuelo con creciente desespero en la voz. Los policías no preguntaban nada, sólo seguían al anciano como lo hacía él—. Libardo salió del cuarto con las manos en alto —su abuelo imitó los últimos movimientos hechos por su hijo. La voz se le fue dos veces antes de lograr continuar.


—Él salió con las manos en alto y les dijo a esos perros hijos de puta, que él era Libardo y pidió no nos hicieran daño —Unas pocas lagrimas escaparon de los ojos de su abuelo, era el precio para poder continuar.


­—¡Ahí fue cuando le dispararon a mi muchacho! —El abuelo se recostó contra una pared y lloró mirando el suelo. Él pequeño no hallaba sentido en nada de lo contado, nunca supo si era culpa de la edad o del shock.


La policía y el anciano continuaron hablando pero él ya no les escuchaba. Toda su atención estaba ahora en el suelo, donde había mirado el abuelo, allí encontró tres orificios en la baldosa, grandes y profundos, un poco más allá un casquillo de bala. En ese instante aquella situación dejó de ser para él un mal sueño, su tío había muerto.


Sin saber que lo motivaba contempló aquellos orificios intrigado, no había sangre en ellos. Se preguntó si su madre y abuela se encargaron de limpiar la sangre de su tío después del levantamiento, o si no hubo sangre en absoluto, no había respuestas para él. Consciente ya de la muerte de Libardo, todo tomó un tinte surrealista. Volvió a escuchar las conversaciones que se daban a su alrededor, pero era ahora su abuela quien hablaba, misma historia, diferente ángulo. Luego siguió, discreto, a los policías, que discutían sobre trayectorias, pruebas y motivos.


—Cuatro de las cinco descargas impactaron en el cuerpo —decía quien parecía ser el perito—. Una de ellas erró el blanco, saliendo por una ventana —por fortuna no hirió a nadie en su camino hacia el olvido—. Una impacto en el pecho con orificio de salida en la espalda, la nevera la detuvo —La nevera de color azul celeste no parecía tener mayor daño que una hendidura, evidencia de la fuerza del impacto de una bala.


—Ya en el suelo recibió tres disparos —dijo el perito. Se levantó, miró a su alrededor, se dirigió hacía la abuela explicando que ya no había nada que ver dentro de la casa, se retirarían él y sus hombres para iniciar el proceso de investigación—. En casos así —dijo el perito sin el más mínimo asomo de tacto—, es poco lo que se puede esperar de la investigación, lo más inteligente que pueden hacer es irse de ésta casa, por su seguridad.


Irse de allí, del hogar, del mundo conocido, esa idea lo sorprendió. Pero más impactante para el pequeño fue la respuesta que su abuela dio a aquel policía.


—Libardo siempre decía que nos iba a comprar una casa para sacarnos de este barrio tan malo, y véalo, no nos compró la casa, pero con su muerte cumplió con sacarnos del barrio.


Aquellos hombres se fueron. La casa cambió de puerta y se llenó de rezos, las mujeres lloraban y los hombres maldecían. El aroma a parafina caliente mezclado con el olor del café tinto y la infusión aromática lo asfixiaban, el coro gutural de peticiones a las ánimas benditas del purgatorio lo horrorizaba. Él le daba la espalda a sus ritos, a su edad no los entendía, prefería contemplar por horas y en silencio el movimiento lejano del humo sobre el tejar.


No lloró por su tío, pero en su cabeza rondaba un único recuerdo sobre Libardo. A pesar de la tristeza que lo rodeaba, él sólo podía pensar en la sonrisa del hombre, del tío, quien pocos años atrás ante la imposibilidad de sus padres, lo acompañó a su primer día de escuela.


Sólo podía recordar la sonrisa del tío, que ante el miedo a lo desconocido que el pequeño experimentaba por enfrentar su primer día de vida escolar, antes que dejarlo presa del llanto como es la costumbre, prefirió quedarse con él toda su primera tarde de clases, para enseñarle que no había razón para llorar, por qué no había nada que temer.

—Altais—

2 comentarios:

  1. Me encanta el rediseño que has hecho en el blog. Me gustan mucho los colores y la distribución del espacio, es muy cómodo para los lectores.
    Este post está muy impresionante. Felicitaciones.

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  2. Comparto con Antonia el encanto por el rediseño. y sobre "Nada que temer" espero sea un proyecto largo... estoy emocionada al volver y tener tantas sorpresas para leer.... me alegra que tengas la pluma soltando tinta. Felicidades!!!

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