martes, 13 de mayo de 2008

Ninfa

#30

El sonido neumático de las puertas cerrándose anunció la salida del tren de una nueva estación. Lento en un principio, pero en constante aceleración, el tren inició su marcha. Detuve mi lectura -Alicia en el País de las Maravillas- para ver en que estación me encontraba. Atrás quedaba la estación Poblado, próxima estación Industriales.

Bajé la vista buscando de nuevo el país de la maravillas, pero en el camino la vi, y me detuve. Allí estaba, sentada a mi lado, contemplando atenta la marcha inevitable del mundo tras la ventana frente a ella. Vivaces ojos negros enmarcados por sutiles arrugas, labios al natural acorralados por dos líneas de expresión que partían de su nariz para terminar cerca de las comisuras de su boca.

El rostro espolvoreado de tenues pecas daba cuenta de lo hermosa que había sido en su juventud, 45, o 50 años pesaban sobre sus parpados. Noté su cuello largo, y bajo este sus senos, un poco caídos, pero rebosantes aún de un poderoso atractivo. Los muslos firmes bajo la tela negra de su pantalón se cruzaban el uno sobre el otro. Su pie derecho se movía enérgico en el aíre, ansioso.

Sus ojos no parecían percatarse de mi evidente espionaje. Examiné con descaro el cuadro completo de su cuerpo delgado. Volví a su rostro, y noté que algunas canas coronaban el cabello corto, flor del cerezo. La deseé, anhelando lo que se ocultaba bajo sus ropas.

El tren aminoró la marcha hasta detenerse, el sonido neumático de las puertas abriéndose anunció el arribo a una nueva estación. Fingí leer para no incomodarla -quizá aquí se baje- pensé, no lo hizo. El sonido neumático de las puertas cerrándose anunció que una nueva estación quedaba atrás, próxima estación Exposiciones.

“Qué le corten la cabeza”, le gritaba la reina a Alicia. Levanté los ojos para mirarla, seguía observando más allá de la ventana, perdida en quién sabe que pensamientos. El tren aceleró, el vagón se agitó bruscamente, todos sentimos su fuerza y nos movimos con violencia. Fue entonces cuando mi mano derecha, con la que sostenía el libro, rozó con fuerza su muslo izquierdo, la miré apenado diciendo que lo sentía, ella me sonrió, y me vi cayendo por el agujero del conejo directo a sus brazos.

La imaginé desnuda. Sus dedos me llamaban atrayéndome hacia su regazo, vi su boca e imaginé mis labios acariciando los suyo, humedeciéndolos con mi saliva. Me deleité con el sabor de su piel, rendido entre sus brazos descubrí una a una sus curvas.

El sonido neumático de las puertas abriéndose y cerrándose acompaño la llegada y salida de las estaciones, Exposiciones, alpujarra, y San Antonio. Próxima estación Parque Berrío, era mi parada, allí la dejaría para siempre. Entonces la vi flotando sobre un pequeño lago de aguas tranquilas, abrazándome la contemplé y le di un beso, la despedida.

El sonido neumático de las puertas abriéndose indicó el arribo a mi última estación. Me levanté despacio, cerré el libro, y la miré. Continuaba perdida en sus pensamientos, ignorante de su espía. Sin decir nada me despedí para siempre agradeciendo lo que viví con ella. El sonido neumático de las puertas del vagón cerrándose a mis espaldas anunció la partida del tren.

-Altais-


5 comentarios:

  1. Muy, muy, muy, muy, bueno. Es demasiado bueno.

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  2. Despertastes ocultos instintos. Excelente diría yo.

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  3. A quien no le han dado el números del teléfono; lo podemos considerar eliminado del combate cuerpo a cuerpo.
    Una joya del masturpensamiento.

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  4. Me encanta la clasificación que que le has dado a esta historia Carlos, el masturpesamiento es un tesoro de la humanidad

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