miércoles, 17 de diciembre de 2008

El viejo Óren

#47

Con el ánimo de redactar un nuevo cuento para su Blog, Pablo se hallaba sentado, hacia más de dos horas, frente a la pantalla de su ordenador. Pero aún no encontraba ese camino amarillo que lo llevaría hacia su siguiente historia. Desconcertado por el tiempo que estaba tomando dicho proyecto, decidió detenerse por un instante y dar una vuelta para despejar la mente y descansar.

¿Qué hacer? se preguntó Pablo. De repente arqueó las cejas pobladas y su profusa chivera, y una sonrisa cruzó su rostro al encontrar la respuesta. Se levantó de la silla y apagó el ordenador, entonces se dirigió hacia su pequeña Biblioteca. De uno de lo estantes extrajo un pequeño pero rollizo libro de aspecto antiguo, Lo abrió y del compartimiento secreto que había en su interior saco una llavecita vieja y oxidada.


Con ella en la mano, y una sonrisa en el rostro, buscó en otro estante una carpeta negra en la que guardaba una serie de mapas. Los mapas, hechos por el mismo, cartografiaban un pequeño país en un mundo al que todavía no le ponía nombre. Con delicadeza tomó el primero de los mapas que había realizado y guardo el resto. Luego de asegurarse de que su cuarto estaba bien cerrado, Pablo prosiguió a abrir el mapa sobre el escritorio asegurando cada esquina con un libro.

A grandes rasgos el mapa detallaba un accidente natural donde tres ríos convergían en un lago dentro de un pequeño valle boscoso. Pasó su mano sobre el papel sintiendo la textura de la tinta, observando concienzudo la configuración de los objetos. Su mirada se detuvo en la esquina superior derecha del mapa, sobre un pequeño dibujo, un recuadro en cuyo centro se hallaba una silueta negra parecida a la abertura de una cerradura antigua.

Con calma y sin perder la risa, acercó la llave que comprara en una feria trashumante, a la cerradura en el papel. La llave comenzó a introducirse por el dibujo, primero lento y luego rápido, cuando hubo entrado todo lo que podía giró la llave con fuerza hacia la izquierda. Tras los sonidos de un mecanismo interno en movimiento, el mapa comenzó a desvanecerse hasta que sobre el escritorio sólo quedó una puerta blanca. Seguro de que nadie entraría en su cuarto durante su ausencia, atravesó la puerta.

Cruzar el umbral siempre le producía cosquillas. Al otro lado se encontró en un bosque de árboles altos y viejos, el rumor de un potente río inundaba el paisaje sonoro, la luz que se colaba por entre las copas de los árboles iluminaba el camino que llevaba hasta el lago. Ese camino ya lo había recorrido, llevaba a la casa de la persona más sabia que conocía, Óren, el viejo elfo del bosque. Caminó sin prisa disfrutando del paisaje, al llegar al portón de la casa tocó la campanilla tres veces para anunciar su llegada, así lo demandaba la etiqueta, luego de un segundo o dos la puerta se abrió y tras ella estaba el viejo Óren.

Sentados a la mesa, Pablo y Óren disfrutaban de una agradable taza de te de menta, saborear el te es un arte que se lleva a cabo en silencio, así que al terminó de su taza de te Pablo le dijo a Óren:

-Estoy bloqueado, quiero escribir pero nada se me ocurre. No se que me esta pasando, hace días que no logro aterrizar nada en papel. Quiero que me aconsejes viejo Óren.

-Mi querido Pablo, sólo puedo decirte que eres tu y no yo quien tiene las respuestas. Y mi consejo se limita a pedirte que de una buena vez te despiertes y escribas.

-Que me despierte y escriba, repitió Pablo.

Fue entonces cuando de repente se despertó. Levantó la cabeza del teclado donde se apoyaba, se estrujó los ojos para espantar el sueño, miró el luminoso monitor de su ordenador y escribió: Con el ánimo de redactar un nuevo cuento para su Blog, Pablo se hallaba sentado, hacia más de dos horas, frente a la pantalla de su ordenador.
-Altais-

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