Los ojos le pesaban, el cansancio le hacia cada vez más atractiva la idea de regresar a casa, pero su deseo de escribir, sin importar lo que fuese, le mantenía sentada en el parque. Era una compulsión, una necesidad incontenible por llenar el papel con trazos negros, no soportaba el vacío llenarlo era su deber.
A demás era narcisista, le encantaba sostener su pluma, verla moverse gracias al impulso que le daban sus delicados dedos -los cuales consideraba particularmente bellos- le provocaba una suerte de calma religiosa. Por eso, más que buscar sentido en sus escritos, buscaba la extensión; el derrame a veces sin sentido de todo pensamiento pasajero susceptible de ser expresado con palabras escritas.
Para ella era simple, escribir equivalía a estar bien. A veces por ejemplo, sólo escribía su nombre; observaba la configuración grafica de este, la disposición de la silabas, luego la sonoridad, por último analizaba el significado y a partir de allí dejaba que la tinta corriera a lo largo de un profundo análisis retórico a cerca de las implicaciones que su nombre tenia sobre su vida “Pococos lo entienden en verdad –decía para su adentros- pero el nombre de las personas y como este es pronunciado, pesa mucho sobre la personalidad de quien lo lleva”.
Pero no nos dejemos llevar por ella, -si nos descuidamos ella es como un torrente desbocado-. La tinta, ese líquido mayormente negro cuyas propiedades químicas permiten dar forma a ideas y conceptos (que según la perspicacia e inteligencia de quien la usa tiene la capacidad de dar vida o quitarla), constituye para ella, uno de los más grandes inventos, misterios y poderes que la humanidad haya creado jamás.
Jesús el Cristo –pensaba sin pudor- no seria más que un desgraciado hippie maloliente, anárquico y anacrónico (como tantos otros) de no haber sido por el indiscutible poder de la tinta. De no ser por ella, y por la discutible habilidad escritural de otros cuatro hippies, buena parte de sus milagros no hubiesen pasado de ser simples trucos de magia barata, ejecutados en la boda de un pobre huevón que al no tener dinero pa´ vino contrato un mago hippie.
Pero bueno no nos dejemos llevar –ya se lo he advertido, ella es de cuidado-.La tinta, la pluma y la palabra, forman un todo indivisible, una trinidad –santa para ella- capaz de dar cuerpo a la idea intangible, es a través de esta conjunción que se da forma a la realidad. Y su realidad consistía en expresarse a través de la escritura y el dibujo –del dibujo hablaremos después-, eran el perfecto puente para comunicarse con el mundo que la rodeaba, y la perfecta barrera para contener y dar forma a su personalidad.
Pero bueno no nos dejemos llevar –qué tiene esta mujer, por Dios-. Fue entonces, al término de sus desvaríos, cuando ella lo vio. Sí, no se que vio en él, pero era él, el del número 38, un tipo cabizbajo, de lentes gruesos y el cual, según los vecinos, se las daba de escritor, pero del cual nunca habían leído nada. Varias veces lo había visto rondando por el parque, en busca de una silla, observando a la gente. Pero sólo hasta hoy había captado su atención, y cuando una mujer pone los ojos sobre un hombre sólo puede pasar una cosa. Y así fue, se levantó, y sin más anticipo que un estridente: “yo te he visto antes”, ella se acerco a él. Algunas cosas curiosas pasaron esa tarde, pero como dije antes….habrá que esperar a que él regrese de la calle, y me cuente lo que le sucedió. Ya veremos.
-Altais-
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